Todos los que nos dedicamos al mundo de la educación sabemos que es, o al
menos lo intuimos, … que a veces, además
de docente, hay que ser educador, acompañante en el crecimiento y,
también, tutor o tutora, es decir, algo así como el “Maestro Yoda”.
Por eso enseñar implica: acompañar y educar en algo que algunos denominan
habilidades blandas, -en fin-, habilidades que hacen al alumnado crecer como personas con una autoestima
sana y con una capacidad para relacionarse y trabajar con otros. Esto, a nosotros los
docentes, no siempre nos resulta fácil porque ésta no fue nuestra formación. Sin
embargo es un reto, porque, yo como docente, no enseño sólo los contenidos de
mi asignatura sino que educo a personas que vivirán en la sociedad del futuro.
Así, nuestra labor de docente se amplía, tenemos que realizar una función
de acompañante en el crecimiento de los alumnos. Esta tarea no es
fácil. En ella, no hay recetas, es una aventura que te deja asomarte al
interior sagrado de cada niño o de cada niña. Es a la vez es una gran
responsabilidad.
En esta entrada, quiero compartir algunas pistas que a mí me
han ayudado en la labor concreta que tengo como tutora en la circunstancia concreta de hablar individualmente con el alumnado:
1. El que habla es el
alumno. Al empezar, siempre les digo que este encuentro no es que yo les vaya a
dar los consejos sobre lo que tienen que hacer, o que les vaya a decir que
hacen bien y qué hacen mal. Son ellos los que deciden qué contar, sabiendo que
yo solo quiero acompañarlos y ayudarlos en su crecimiento como personas felices.
Los temas de los han de hablar son: lo académico, lo social, lo familiar y lo
espiritual (la fe, ya que doy clases en un colegio religioso). Por tanto, yo
hablo lo mínimo posible, sin dar consejos, ni decir lo que tiene o no tiene que
hacer.
2. Mi labor es escuchar y
hacer de espejo. Es importante dejar al alumno hablar, contar, decir y, repetir lo que
dicen con otras palabras para que escuchen lo que ellos mismos llevan dentro; que
hablar conmigo les sirva para conocerse a sí mismos.
3. Caminar a través de preguntas, no de soluciones, es decir, que mi labor no consiste en
darles consejos sino en hacerles preguntas que ayuden a que ellos encuentren
sus propias soluciones, el camino por el que han de seguir.
4. Ayudarles a que tomen sus propias decisiones. Este tema es más delicado, ya que en ocasiones, también implica preguntarles
sobre sus sentimientos y sus emociones; preguntarles sobre cómo se sienten
cuando actúan, aunque sea tanto cuando tú piensas que actúan bien como mal. Sin
darles nuestro juicio.
Un ejemplo:
Tutor: ¿Por las tardes para estudiar qué haces?
Alumno: Me entretengo viendo la tele y luego hago algunas tareas.
T.: ¿Y cómo te quedas cuando has terminado?
A.: Mal, triste.
T.: Y cuándo consigues estudiar lo que te propones, ¿cómo te sientes?
A: Contento, orgulloso, bien.
T: Esto es lo que tienes que pensar,...
El alumno tiene que aprender a decidir desde cómo se siente en el fondo.
Comentarios
Publicar un comentario